Nuestra Historia

En el origen de Caritas Christi  están presentes dos personalidades fuera de lo común: una mujer laica, Juliette Mollán (1902-1979) y un religioso dominico, el P. Joseph-Marie Perrin (1905-2002).

Juliette Molland nació en Noves. Es allí donde se desarrolla toda su existencia.
Personalidad fuerte y generosa, dotada de inteligencia viva, trabaja en una empresa familiar y se pone al servicio de su pueblo y de su parroquia.
Después de un largo caminar de búsqueda espiritual, Juliette percibe muy vivamente una llamada a vivir totalmente entregada a Dios, sin dejar el mundo y se pregunta si esto es verdaderamente posible…
En 1.936, encuentra al P. J. M. Perrin, O.P., y le comunica su búsqueda y sus dudas. Toman conciencia que Dios les pide fundar lo que Juliette llama “una orden laica”. Juntos definen poco a poco las características de esta vocación.

El 16 de junio de 1.939, fiesta del Sagrado Corazón, en presencia del Obispo de Marsella, nueve mujeres se comprometen en la “Unión misionera de las pequeñas hermanas de Santa Catalina de Siena”, que después se llamará “La Unión Caritas Christi” y finalmente “Instituto Secular Caritas Christi”.

En 1.979, después de un largo periodo de enfermedad, Juliette se une al Señor, el 6 de agosto, en la fiesta de la Transfiguración. Descansa en el cementerio de Noves, su pueblo natal.

El P. J.M. Perrin, co-fundador, ha dado durante largos años su ayuda y su presencia sacerdotal a Caritas Christi. En su ministerio sin reposo y con fuerza anunciaba “¡el amor infinito de Dios por todos los hombres” y “¡la llamada de todos los cristianos a la santidad!

El Instituto se ha desarrollado rápidamente en los 5 continentes. Actualmente está presente en unos cuarenta países, con una gran diversidad de culturas, de mentalidades, de condiciones de existencia, etc. entre sus miembros. Pero, más allá de las diversidades de sus vidas, todas sienten la unidad profunda que crean los lazos de su vocación común en Caritas Christi: estar presentes e integradas en todas las realidades del mundo y “permanecen en el Amor de Dios para amarle y hacerle amar allí donde Él las ha colocado” (Cf. Art. 1 de Vida y Espíritu).

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